
Miro la fotografía: un hombre y una mujer sonríen; comparten un mismo sillón; están ligeras de ropa. Sus sonrisas son las comisuras abiertas de América latina.
Fotografías. Una instantánea que es la puesta en escena de una molestia: la melancolía. Porque el problema de la melancolía es que se vuelve una pátina paralizante. Una cosa es sentir un dejo de nostalgia por la que uno fue o vivió y ya no esta más, algo a lo que nos tenemos que habituar porque somos seres vivos, estamos en el tiempo y encima - a diferencia de patos, ratones y conejos - nos damos cuenta de eso. Otra es la melancolía profesional, que esconde algo de reaccionario, de inmovilidad. La mirada posada en el espejo retrovisor, la mirada fija en la ceniza.
En esa fotografía estamos vos y yo. Y hace rato que me resisto a ser melancólico profesional; porque vos sabes que sos portavoz de esa idea: el cambio es una necesitad pulsional. Incorregible.
Hoy adhiero a Bazin en el sentido que esas sombras grises, fantasmagóricas, no son ya los tradicionales retratos de pareja, sino la presencia turbadora de vidas detenidas en su duración, liberadas de su destino, no por el prestigio del arte, sino en virtud de una dinámica impasible: porque la fotografía no crea - como el arte- la eternidad sino que embalsama el tiempo; se limita a sustraerlo de su propia corrupción.
Vos y yo. Una victoria pirrica y efímera sobre el discurrir del tiempo y lo inexorable explorando en un pedazo de negativo.
Evidente ya no somos los que éramos (ya no somos), pero hoy bien vale oblar una entrada para ver la felicidad en estado puro, el rescate de la alegría del mundo, a través de una digital invisible.
Y después. Después si, volver a ser un hombre libre, ido de si mismo para entregarse a los demás.
A los que importan, a los que están.
Autor: P.A.